Un viaje hizo Miguel de Cervantes a Sigüenza, donde vio el tendido Doncel, un joven guerrero leyendo. Quizás su inspiración sobre los libros, los caballeros, la eternidad…
Al parecer, y según deducciones, un día de la primavera de 1569, Miguel de Cervantes, joven y aprendiz de escritor, visitó la catedral de Sigüenza, y en ella admiró especialmente la estatua yacente de Martín Vázquez de Arce.
Varias razones avalan este aserto. La primera, que Miguel de Cervantes fue discípulo del maestro Juan López de Hoyos, cronista de Madrid, catedrático del Estudio de la Villa y párroco de San Andrés. Y admirador de Erasmo y sus ideas, por supuesto.
La segunda, que este afamado escritor e intelectual fue encargado por la corona de escribir el epitafio poético de la reina Isabel de Valois, en 1568, y que redactó largamente contando con algunos versos de sus discípulos, entre ellos Miguel de Cervantes, a quien calificó –a pesar de su juventud– de nuestro caro y amado discípulo.
Y la tercera, que a López de Hoyos protegió durante el reinado de Felipe II un personaje de gran relieve en la Corte y en la Curia, el eclesiástico Diego de Espinosa, quien entre otros títulos, alcanzó a ser nombrado Obispo de Sigüenza, en 1568, y lo fue hasta su muerte en 1572. Tomó posesión del cargo en una visita inicial hecha en marzo de 1569, y entonces llamó a visitarle a López de Hoyos, quien fue con sus alumnos preferidos, entre los que se encontraba Cervantes.
De esta serie de noticias, resulta fácil colegir el hecho de que “el Manco de Lepanto”, allá por la primavera de 1569, cruzó las puertas románicas de la catedral seguntina, asomóse a la capilla de los Arce, y admiró la luz pálida que, sobre la escultura yacente, lectora y meditabunda del Doncel, reposa tamizada. De aquella visión, quizás sacara don Miguel alguna idea de arquetipo: un joven caballero, lector, humanista, batallador de justas causas. Y ese mérito que no acaba: leer, pensar, prolongarse en el tiempo…
Antonio Herrera Casado
Cronista Oficial de Guadalajara