León Felipe lo expresó en uno de sus poemas “Ya vendrá un viento fuerte que me lleve a mi sitio”.
Ciudades hay muchas, y la gente utiliza las vacaciones para conocerlas, según su parecer y dependiendo de cómo nos convenza el que nos vende el viaje y el precio que debemos de pagar. Pero por mucho que viajemos, en muy pocas de ellas se puede escuchar la voz del silencio, esa voz que asoma cuando todavía existe un rescoldo interior de lo que andamos buscando y que pocos encuentran cuando viajan de un lugar a otro. Muchas personas, cuando llegan a Sigüenza, se dan cuenta de que el poeta León Felipe llevaba razón, y sin saber la causa, un viento mágico les ha empujado hasta allí, asomando por sus miradas, la Catedral o el Castillo como una aparición insólita que no deja de asombrarlos por ese lujo extraño que están sintiendo. Y si recorren las travesañas, les puede ocurrir lo que escribió Don Miguel de Unamuno cuando las paseaba en solitario, afirmando que no iba solo, sino acompañado por Don Quijote y Sancho Panza, porque supo estar ahí para sentir ese misterioso soplo que resucita los latidos de la historia o repica y voltea la ficción literaria al compás de los pasos del viajero.
A veces, un viajero a quien ese viento mágico le ha llevado en su caminar por el mundo olor a flores desconocidas, las reconoce cuando llega a Sigüenza. Así le debió pasar al que diseñó la portada de la editorial mexicana “Purrúa”, para el libro “Ocho siglos de Poesía en Lengua Española”, que eligió al Doncel como símbolo de ese fuego sagrado que es la Literatura. Sobre el mantel de sus páginas, los poetas hispanoamericanos y españoles colocan bandejas de poemas como alhajas que el lector disfruta cogiéndolos con sus ojos nada cobardes.
Tal vez el Doncel fue esculpido también para eso, para que leamos un poco.
Julio Luis Robisco Envid
Escritor