Lanzarse a la búsqueda del pasado es navegar en el mar de lo que se intuye, de la leyenda, de lo oculto, o simplemente de lo olvidado, es encontrar esa huella del ser humano, acontecimiento o hecho que permanece en la niebla de tiempos anteriores.
El espíritu arqueológico, que todos tenemos, se deja llevar hacia el vínculo con las personas del pasado y se embriaga de emoción en cada descubrimiento. La tierra guardiana que lo conserva, va destapando sus secretos y nos sirve de ventana a otras épocas, a aquella existencia tan lejana y a la vez tan nuestra y cercana.
El comienzo de los trabajos supone la explosión de las ideas, del imaginario individual y colectivo, que se adentra hacia el interior, dibujando estructuras, elementos y composiciones, verdadero laberinto entrelazado por el tiempo, que una labor minuciosa va deshilando y dando sentido.
La obra de mujeres y los hombres pretéritos, se muestran en cada estrato, en cada elemento por singular y sencillo que sea. Ancestros de nosotros mismos, reflejo de espacios, culturas o concepciones diferentes que pertenecen y dan identidad a nuestra tierra y a nosotros mismos.
Es Sigüenza esa realidad, donde las piedras hablan, testigos y testimonios de esas otras gentes, de otros climas, otras miradas, pero siempre Sigüenza. Y, aun así, de repente algo cambia, un detalle, un color, una marca o una forma que nos documentan aquellas historias, y el prisma del tiempo nos acerca un poco más a la realidad infinita y compleja, añadiendo una nueva dimensión, a esta realidad única. Sigüenza es, villa o aldea, castrum o municipium, ciudad mitrada o … todas ellas.
El corazón de la ciudad se nos abrió hace poco en la iglesia de Santiago, en ella y sobre su oculta torre, volvemos a sentir el susurro de los soldados en el año 1000 d. C, y en el horizonte, los suspiros de Galib y ecos de Almanzor. Un nuevo futuro más, lleno de estudio, ilusión y por supuesto pasión. Así es Sigüenza arqueológica.
Ricardo Barbas
Arqueólogo