Sigüenza es un paisaje enmarcado por una sierra que nos genera. Exiguo relieve fronterizo que alberga grandeza geográfica: la de administrar las aguas de las tres grandes cuencas, Duero, Ebro, Tajo. La lluvia caída en los montes de Horna elige uno de los tres caminos, y desde el Rasero se pueden imaginar, intangibles, a levante Oporto o Lisboa, el gran Delta a poniente. Poco transitada y algo remota, tan a mano a pesar de todo. Qué poco se pasea la Sierra Ministra.
Una red de caminos tradicionales la vertebran y costuran, trazos que conectan pueblos con la cuenta perdida de pasos que los hollaron. Mamposterías ganaderas de caliza paciente nos trasladan a tiempos no hace tanto ocurridos. Topónimos de significados olvidados instigan a la elucubración. Sus múltiples itinerarios ofrecen opciones: el amarillo vistoso de las aliagas, el verde renaciente de la otoñada y de los rebaños, la espesura inflexible del encinar, las fragas de quejigo de los valles, los brillos exigentes de la escarcha en invierno, el corzo que aparece bajo un breve roquedo donde vive el alimoche o un águila, el pajizo estival de los pastos, recordatorio de lo efímero y de lo discreto, los aromas desprendidos al caminar sobre la alfombra de ajedreas.
Nuestra sierra madre tiene una estribación de austeridad elegante que engendra los montes de Alboreca, de Alcuneza, de Pozancos, de Valdealmendras. El conjunto supone la prominencia básica de nuestra geografía, una espina dorsal que contiene, abrazados, a los pueblos. Entorno magnífico por su autenticidad que ha permanecido, por milagro, ajeno a las extravagancias del siglo. Valioso, valiosísimo: por la escasez acuciante de lo genuino.
El paisaje es muchas cosas. O es todas las cosas. Es la acumulación insensible del tiempo de lo humano sobre el tapiz originario del estado de naturaleza. Es la herencia que sintetiza el espacio y el pasado en una mirada. Como toda herencia, es sobrevenida y no elegida. Y se toma o se deja: no hay más opciones. El patrimonio es la herencia que merece la pena. Cada generación decide lo que añade al continuo del tiempo. Y si al hacerlo mantiene con delicadeza lo recibido o si lo vulgariza transformándolo en algo indigno de contar en el bagaje de lo propio.
Nuestra sierra matriz, con su condición femenina ligada a los jugos de la Tierra, la Ministra de las aguas peninsulares, su gobernanta. Simbólica y primaria como un Doncel constitutivo, discurrimos desde ella y sus horizontes nos presiden. Es necesario reivindicarla como patrimonio esencial. Porque lo que apenas se percibe no se valora y, por tanto, se termina arriesgando. La candidatura a Patrimonio de la Humanidad es una gran oportunidad para que nuestra «herencia que merece la pena» sea pensada como un conjunto integral y relacionado, tal y como se está haciendo, seguramente por primera vez en la historia de Sigüenza.
Julio Álvarez Jiménez.
Biólogo. UAH.