Como todas las ciudades históricas, Sigüenza posee sus edificios más importantes, en cuanto a belleza e historia.
La más impresionante es, para mis ojos, y sentimiento, la Catedral: edificio religioso almenado, para la defensa contra ataques musulmanes y, tristemente, pasados los siglos, también como refugio de grupos revolucionarios para defenderse de los ataques de las tropas franquistas. Los impactos de las armas de fuego de los atacantes aún se ven como petrificados besos en algunos muros de la Catedral… ¡Tristes memorias!
Mirando al lateral acribillado, se abre la Plaza del Ayuntamiento de estilo renacentista, dada a la luz en los siglos XIV y XV. En ella, mirando hacia el Castillo Medieval, comienza la calle Mayor empinándose hacia él. El visitante irá descubriendo interesantes fachadas antiguas donde la piedra arenisca y las rejas de forja nos trasladan a tiempos pasados e íntimos hasta llegar a la Iglesia de Santiago, que data del siglo XII y está ahora siendo renovada, pudiendo el viajero visitarla y deleitarse con su actual estado y una experta explicación de su historia y experta renovación.
Desde la iglesia de Santiago ya vislumbramos, al final de la calle Mayor, un rectángulo pétreo que pertenece al soberbio Castillo Medieval, ahora convertido en majestuoso Parador.
Pero hay otra dimensión que hace de Sigüenza un lugar digno de ser visitado, o vivido: su entorno natural, los florales de la primavera, hasta el principio del verano, acarician suavemente las piernas de nuestros pantalones, o faldas, a lo largo de íntimas sendas. Desde sus elevaciones contemplamos, en la distancia, la dorada luminosidad de alineaciones de álamos y hacemos un breve stop para contemplar. Las sendas -o largos circuitos- son múltiples: se dividen en rectos y cómodos paseos, o en intrincados circuitos bajo bellos arbolados, vadeos de secos cauces y encuentros con inesperadas flores silvestres y bellas rocosidades que parecen salidas de las manos de un divino escultor.
¡Si! Tenemos la oportunidad de gozar de un retiro sedativo y contemplativo para nuestra mente y nuestra alma.
Volvemos contemplando hacia la ciudad, que, de pronto aparece en la distancia, llamándonos con la caballeresca silueta de su castillo… Y sonreímos. Ulises retornando a Ítaca.
Juan Antonio López García.
Escritor