De la misteriosa belleza de un doncel y un ángel
Sigüenza es una ciudad cargada de significados, porque cada uno de sus visitantes y cronistas le ha ido añadiendo un trozo de fantasía y ahora Sigüenza es una ciudad ideal. También es intemporal porque el pasado está siempre insinuado en el presente y la vida cotidiana está marcada por el peso de la historia, lo que hace exclamar a la escritora María Antonia Velasco, que es hija del lugar: “es difícil tener un pasado tan largo y denso y vivir solamente en el presente”. Quizás por eso los seguntinos son gente un tanto irreal que tiene una alegría escéptica ante la vida.
Sigüenza está llena de iglesias y de bares para socorrer a sus fieles. Porque tanto embriaga la oración que nos hace tocar lo imaginario, como la bebida que nos libra de la consternación que causa lo cierto.
La catedral alberga el misterio de lo imaginable convertido en posible y en las capillas oscuras hay un silencio sin explicaciones solamente roto por los clamores de la antigua liturgia.
Decir Sigüenza es nombrar a su Doncel, que es la síntesis de la historia, el arte y la cultura. Martín Vázquez de Arce nació en Sigüenza y murió en Granada a los 25 años guerreando contra la morisma. Su estatua de joven armado reclinado y leyendo es la conjunción de las armas y las letras, que ha enamorado a miles de visitantes.
Otra estatua es la del Arcángel de la sala capitular de verano, que tiene unos cabellos sedosos y abundantes, unos grandes ojos, unas mejillas de manzana, una boca que encierra lo turbador de lo sagrado y se adorna con una diadema y un cintillo de oro. El Arcángel y yo nos encontramos hace ya muchos años y aún mantengo con él la densidad callada de los amores imposibles
Ante las dos estatuas que enamoran, no sé si uno es doncel y otra doncella, pero no me importa porque aprendí del maestro Gonzalo de Rojas que no hay más sexo que la hermosura.
Francisco Marquina
Escritor