Este próximo septiembre se cumplirán veinte años desde que se desplomó el último de los lienzos del torreón de Séñigo.
Llevaba acompañándonos mucho tiempo, incluso desde antes de 1180, cuando la hermana del conquistador de la actual Sigüenza decidió venderlo al Cabildo catedralicio. Desde los primeros tiempos tuvo consideración de arrabal de la ciudad y todavía en los padrones del siglo veinte figura como un barrio de nuestra ciudad. Se podría decir que si no es el más antiguo, poco le falta.
Digamos que era un barrio autosuficiente: una amplia casa fortificada y un sólido torreón adosado a sus muros. Así aparecía en las fotografías todavía a principios del siglo XX. En sus cercanías, una población pequeña que nunca pasaría de unos veinte vecinos, algunos dedicados a la alfarería y el resto a la labranza. Hasta poseía su propia iglesia -aunque con el rango de ermita- presidida por un magnífico retablo que hoy podemos admirar en EE.UU.
Todo esto no lo llegué a conocer yo en persona y para los más jóvenes no es más que “otra historia de viejos”. Por ello dedico estas líneas, para que al igual que se hace con lugares como las Salinas de Imón, alguien luche por preservar el recuerdo de Séñigo y quien sabe, por recuperarlo.
Martín Nieto.
Restaurador